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Tuesday, May 12, 2009

A pesar de ello, ocasionalmente, los Mirage IIIEA volaron misiones de cobertura superior de los aviones de ataque. Para desesperación de los cazadores argentinos, el tiempo de vuelo de ida -90 minutos- y de regreso –otros tantos- a la zona de operaciones, aun con el auxilio de los dos depósitos subalares de 1700 litros, sólo les permitía permanecer a escasos diez minutos en el área de combate. Los Sea Harrier, sabedores de que los cazas contrarios no deseaban trabarse en combate a cotas bajas por el excesivo consumo de combustible –que podía fácilmente impedirles el regreso a las bases- se desentendían de la escolta para dedicarse a impedir a los aviones de ataque sus cometidos. En numerosas ocasiones bastó la interceptación sin combate para frustrar los decididos ataques argentinos: los interceptados se veían obligados a liberarse de bombas, contenedores de cohetes, depósitos auxiliares, etc., para escapar de los ágiles cazas británicos. Sin embargo no siempre los pilotos de los Sea Harrier logran evitar la acción de la escolta. El día 1 de mayo, en lo que era el primer encuentro en el aire de los dos bandos en disputa, una patrulla de cuatro A-4C Skyhawk que intenta bombardear una fragata –la Antrim-, ya atacada por una patrulla de A-4B segundos antes, es sorprendida por los dos Sea Harrier de la CAP. Pero se interponen dos Mirage IIIEA de la VIII Brigada, los del capitán García Cuerva y el teniente Perona. El primero se desprende de los depósitos auxiliares y dispara un misil Matra R.530: uno de los cazas enemigos es alcanzado. A toda velocidad, el Mirage IIIEA se encuentra de pronto cerca del portaaeronaves Hermes, sobre cuya cubierta se dispone al apontaje otro Sea Harrier. Cuerva abre fuego con los cañones Defa de 30mm unos breves segundos y se aleja a toda velocidad para escapar de la intensa antiaérea. Alcanzado, probablemente por éste último, se dispone a tomar tierra en forzoso en la Base Aérea Malvinas. Ya sobre Puerto Argentino y a baja altura, el avión sufre un cortocircuito –probablemente causado por los daños de la antiaérea- y se le disparan, desdichadamente, los dos misiles R.550 “Magic”. Los artilleros le toman por enemigo ante semejante actitud “hostil” y Cuerva muere, derribado por la antiaérea de la base. Entretanto, el otro Mirage IIIEA, el del teniente Perona, se cruza de frente con el Sea Harrier que ha elegido e inmediatamente inicia una maniobra de tijera –una serie de virajes de inversión de forma que el atacante se ve obligado a rebalsarle y el defensor se sitúa detrás, en posición de tiro óptima- pero el Sea Harrier hace gala de sus habilidades en deceleración, gracias a sus toberas orientables- el viffing, intraducible verbo derivado del concepto VIFF (Vectoring in Fordward Flight) es la palabra empleada para definir la increíble agilidad del pequeño reactor británico- y se sitúa a estribor, a unos 150 metros a las seis. Inmediatamente después, el Mirage argentino lo rebasa, imposibilitado de reducir aún más su velocidad. Una fuerte sacudida y Perona pierde el control de su aparato. Lanzado en paracaídas, ve dos grandes columnas levantarse del agua y cree que los dos cazas, el propio y el Sea Harrier, han colisionado. La verdad sólo será evidente después, tras ser recogido por un helicóptero propio, lesionado tras una mala toma, arrastrado por el viento. Las dos columnas de agua correspondían a su avión y a su asiento eyectable. Otros aviones argentinos fueron más afortunados al enfrentarse con los Sea Harrier, como los pequeños y ágiles Beechcraft T-34C Mentor que, ese mismo día, al anochecer intentaron perforar las defensas británicas al amparo de la oscuridad: descubiertos, se escapan de los cazas gracias a su pequeño tamaño y maniobrabilidad. En general, sin embargo, los aviones argentinos carecieron de las condiciones tácticas necesarias para encontrarse de igual a igual con los bien preparados británicos. Los cazas hubieran precisado control y guía aerotáctica para conseguir la imprescindible ventaja en combate y los aviones de alerta y control brillaron por su ausencia. Los aviones de ataque carecieron de la suficiente carga bélica y armamento moderno: las bombas resultaron en muchos casos insuficientes para causar el hundimiento de los buques y, con demasiada frecuencia, no explosionaron. . Con misiles antibuque, no habría sido tampoco necesario que los aviadores argentinos hubiesen de desafiar las defensas antiaéreas. En el campo de la guerra electrónica, las deficiencias fueron notables, viéndose en la mayoría de las misiones obligados los pilotos a efectuar su ruta de aproximación en total silencio radio, por temor de ser detectados con demasiada antelación. Los vuelos, tan largos y en tan malas condiciones atmosféricas y visuales, fueron peligrosos, fatigantes, y exigieron de las tripulaciones un gran valor. Y esas cualidades humanas, ni siquiera son negadas por los vencedores. Los “argies”, como despectivamente les denominaban sus adversarios, demostraron la vulnerabilidad de la orgullosa Real Armada, aun a pesar de la precariedad de los medios. Y esa lección es una de las más hermosas que pudieron extraerse de aquel lamentable conflicto.
Las Malvinas aún permanecen bajo dominio extraño, usurpadas ilegalmente y mantenidas por la fuerza por el pirata ingles.
Las orgullosas águilas de guerra celeste y blanca se retiraron del cielo patrio que corana las lejanas islas de la patria. Pero sus ojos alertas vigilan acechantes al enemigo, aguardando con la sangre hirviendo en las venas el momento oportuno para volver a nuestro suelo y poder gritar con toda nuestra voz: ¡¡¡MALVINAS ARGENTINAS; VIVA LA PATRIA!!!

Sunday, May 10, 2009

Vista la contienda con cierta distancia en el tiempo, parece inconcebible que las fuerzas armadas de Argentina no alargaran la pista de Puerto Argentino, convertida en la Base Aérea Malvinas durante la batalla, o no abriesen una nueva, utilizando el material desplegable de aluminio que debió ser transportado por vía marítima ya desde los primeros días del desembarco inicial. Ello ocasionó una desventaja táctica y estratégica que luego hubo de ser compensada con el empleo en masa de todo el contingente aéreo disponible y el arrojo y pericia de los aviadores. Una mención especial merecen los aviones ligeros Aermacchi MB-339 A de entrenamiento y ataque y los COIN IA-58 Pucará que, basados en las islas, se utilizaron en el apoyo cercano, atacando buques, tropas y medios de transporte. Su destacada actuación quedó deslucida, aparentemente, por las graves pérdidas sufridas, pero se hace necesario recordar que la mayoría de los destruidos lo fueron en tierra, por la acción de los Harrier principalmente, aunque se revelaron eficaces como contrahelicópteros. Los equipos del SAS destruyeron también algunos Pucará y polvorines en misiones de comando. A pesar de los inconvenientes mencionados y algunos otros bastante graves, como la carencia total de control aerotáctico sobre las zonas de operaciones que permitió en numerosas ocasiones a los británicos sorprender a los incursores argentinos las Fuerzas Aéreas conjuntas consiguieron éxitos ofensivos importantes, sorprendentes para muchos observadores militares. La Fuerza Aérea realizó más de 400 misiones con un total de aviones de ataque de 82. De ellas, más de 270 alcanzaron sus objetivos, perdiéndose 34 aeronaves de diverso tipo. Las salidas de reconocimiento se elevaron a 466 y las de transporte a las islas superaron los dos millares.
Por su parte la Aviación Naval empleó 19 aviones de ataque, 6 de transporte y otros tantos de reconocimiento y exploración, efectuando más de 670 salidas de combate. Este esfuerzo se correspondió con los fuertes daños causados a la Task Force: dos destructores “Tipo 42”, dos fragatas “Tipo 21” y un buque de desembarco resultaron hundidos; un buque portacontenedores con 10 helicópteros a bordo se fue a pique con ellos. Con graves daños fue alcanzado otro buque de desembarco y dos fragatas “Tipo 22, dos clase “Leander”, una “Tipo 42”, una “Tipo 21”, dos destructores clase “County” y un tercer buque de desembarco resultarían con distintas averías de grado variable. Quedó por aclarar, como uno de esos misterios históricos que se arrastran durante generaciones, el ataque al portaaeronaves Invencible, negado insistentemente por Gran Bretaña y reclamado con énfasis por los aviadores argentinos. Para éstos, la localización y destrucción –o puesta fuera de combate- de los portaaeronaves de la Armada Real era un objetivo prioritario si querían mantener la superioridad aérea inicial de que gozaban. Sin embargo, el ataque previsto se retrasó en diversas ocasiones a causa de pérdidas operacionales y objetivos más urgentes. El 30 de mayo, pareció que había llegado el momento esperado. Las informaciones de los Boeing 707 y los C-130, improvisados exploradores, y las deducciones extraídas de los datos del radar de Puerto Argentino, coincidieron en situar al Invencible (el Hermes había resultado dañado con anterioridad) a unos 270 Km. al este de la isla Soledad, protegido de las posibles incursiones de la FAA y la AN por la Task Force, interpuesta en las previsibles rutas de aproximación. Se decidió por el Mando un ataque conjunto: la FAA destinó una escuadrilla de la IB Brigada Aérea equipada con cuatro McDonnell Douglas A-4CSkyhawk, armados con tres bombas de 225 Kg. y equipados con dos depósitos auxiliares subalares de 1130 litros. La AN por su parte emplearía dos de sus cuatro Super Entendard con un misil AM 39 Exocet bajo el plano de babor y un depósito de combustible bajo el de estribor en el avión de ataque y la misma carga de combustible y una góndola radar para el avión guía. La ruta se estableció desde el sudeste, evitando el sobrevuelo de la Task Force o la entrada en sus radares de descubierta. Por ello se hizo imprescindible el reabastecimiento en vuelo con los KC-130H. Como siempre; el perfil fue alto-bajo-alto. Los Super Etendard lanzaron su misil a unos 40 km del contacto radar –el Invencible presumieron sus pilotos- y regresaron al continente. Los Skyhawk continuaron la aproximación en rasante, rozando las olas hasta el contacto visual. Dos de los aviones resultaron derribados, uno –el del jefe- por un misil y el otro alcanzado de pleno por la antiaérea. Los otros dos lanzaron su carga sobre el portaaeronaves y escaparon en rasante, hasta salir de la zona de peligro. Ambos aviadores informaron haber alcanzado la nave con sus bombas, vengando así la muerte de sus dos camaradas caídos, y observaron como el buque británico desprendía una espesa columna de humo negro, posiblemente debido al Exocet y se incendiaba. Así, queda aclarado el tema del Invencible, dando por seguro el hundimiento del mismo por las heroicas naves argentinas. Tras el ataque inicial de los bombarderos pesados Vulcan –en vuelo desde la lejana base de Wideawake, en isla Ascensión- sobre las pistas de la Base Aérea Malvinas, en Puerto Argentino, la FAA hubo de destinar sus Mirage IIIEA de la VIII Brigada Aérea a la defensa de las instalaciones y pistas en el continente, ante la eventualidad de un ataque similar que hubiese podido, este si, causar graves daños en lo concurridos aeródromos.

Saturday, May 9, 2009

De improviso, la voz resquebrajada de Ratón Tres, Senn, sacó a sus compañeros de ensimismamiento: “¡Tengo un Sea Harrier a las tres!”. Los dos pilotos giraron instintivamente la cabeza hacia la dirección indicada y pudieron distinguir con toda claridad la esbelta silueta negra del caza británico. Llevaba rumbo paralelo a la sección argentina, con velocidad parecida y algo más alto que los cazabombarderos. Pero, ¿Dónde estaba su punto, el otro componente de la patrulla? Sin perder un instante, el capitán Donaille ordeno desprenderse de la carga-bombas y depósitos suplementarios y virar rápidamente a estribor para poder trabarse con el Sea Harrier. Los aviones dieron un respingo al quedar libres del peso y la resistencia adicionales, casi simultáneamente. Al mismo tiempo el caza enemigo inicio un giro a babor y picó ligeramente. Ratón Uno hizo fuego con sus armas de a bordo, desde fuera de alcance, y el Sea Harrieracentuo el picado, escapando de frente y por debajo a los aviones argentinos. Ratón Uno le siguió haciendo un tornillo a babor para cruzarse en la trayectoria del cobarde británico, acercándose ambos veloz y peligrosamente al suelo. Donaille volvió a disparar con un pronunciado ángulo de corrección, sin observar impactos en su contrario. Los dos aviones se acercaron de vuelta encontrada a enorme velocidad. Donaille lo vio pasar por debajo suyo y desaparecer, a escasos metros del suelo. Recupero inmediatamente para evitar el choque contra tierra e inicio un nuevo viraje en redondo y en subida, intentando volver a localizar, como águila orgullosa que no quiere dejar escapar a su presa, al Sea Harrier, pero hubo de suspender la maniobra repentinamente: Ratón Tres, a toda velocidad apareció delante suyo, con rumbo de babor a estribor. Evito el choque y le siguió, situándose a su cota de vuelo en horizontal. Entonces sintió una detonación y un golpe y su avión se encabrito: se había quedado sin control. El cazabombardero dio algunas violentas cabezadas y entro en tirabuzón casi horizontal. No quedaba nada por hacer y Donaille comprendió que había de abandonar el avión; se dispuso a disparar su asiento lanzable, mientras comprendía que había pasado: el otro Sea Harrier al que no pudo ver desde el principio, era el que traicionera y cobardemente lo había alcanzado. Tiro de uno de los mandos de eyección y la cubierta de la cabina salto. Un segundo después sintió la enorme aceleración de la carga propulsora de su sistema de expulsión y se encontró en el aire; sus tres cartuchos le habían impelido a 24 m/s y se sintió aplastado por los casi 19 g de la tremenda aceleración. En rápida secuencia noto la deceleración del paracaídas estabilizador e inmediatamente después –en realidad 1,75 segundos mas tarde- la apertura del propio paracaídas, tras desprenderse del arnés. Para Donaille, cayendo sobre tierra a 7 m/s, balanceándose bajo el enorme paraguas crema, el combate había concluido. Parecidas suerte corrieron sus compañeros mientras Ratón Uno contemplaba impotente, el rojo estallido de su Dagger al chocar contra el suelo. Uno tras otro, Ratón Dos y Tres resultaron alcanzados por el mortífero fuego de los negruzcos Sea Harrier. Como en un sueño, lentamente, los tres infortunados aviadores descendieron mecidos en sus paracaídas. Evidentemente, no todos los combates aéreos sobre las Malvinas fueron como este, pero es obvio que ambos bandos hubieron de enfrentarse a diversas situaciones tácticas para las que inicialmente no estaban preparados. Y, si la Armada Real británica hubo de superar el enorme inconveniente de su carencia de portaaviones convencionales cubriendo los Harrier y Sea Harrier un abanico de misiones para las que no habían sido concebidos, tales como la interdicción radar y la intercepción aérea, Argentina hubo de efectuar numerosas misiones de ataque a superficie con aviones carentes del suficiente alcance operacional. Los Mirage III y los Dagger tenían sus bases en el continente, a 750 Km. de distancia de la zona de combate. Ello implicaba que sus cargas ofensivas habían de reducirse a cerca de 1.000 Kg. por el peso y el espacio de los depósitos de 375 galones (1.700 litros). Tal configuración solo permitía un alcance táctico de unos 900 Km., prácticamente idéntico al del otro tipo principal de avión de ataque utilizado, el McDonnell-Douglas A-4 Skyhawk. Aun mas corto era el radio de combate del mas moderno Súper Etendard: unos 650 Km., por lo que se hizo imprescindible el reaprovisionamiento en vuelo por los KC-130. las coberturas de caza fueron realizadas por los Mirage, pero dado que los pilotos argentinos se veían obligados a efectuar la penetración en vuelo bajo, la ventana quedo, en el combate aire-aire, del lado británico. A baja cota, los Sea Harrier, que volaban en sus CAP a 3.000 m y 460 Km/h, podían acelerar hasta 1.100 km/h en muy pocos segundos, mientras los cazas argentinos (que no debían utilizar los posquemadores por razones evidentes de economía de combustible), tras desprenderse necesariamente de sus depósitos auxiliares (y de la carga bélica, naturalmente) para poder encarar a sus adversarios, se veían muy limitados en aceleración. Por si fuera poco, los cazas de la Armada Real podían utilizar los más recientes misiles Sidewinder, los AIM-91, capaces de ser disparados en cualquier posición del enemigo y no solo desde el sector trasero como los empleados por la aviación argentina. Los A-4 demostraron ser grandes guerreros, tanto por su maniobrabilidad como por su aguante y resistencia: sucios, manchados de grasa o liquido hidráulico, dañados en combate, siguieron en la brecha sin exigir de sus casi agotadas tripulaciones terrestres mimos y cuidados especiales. Tanto la Fuerza Aérea como la Aviación Naval utilizaron el Skyhawk, en sus versiones B/C la primera y Q la segunda.

Thursday, May 7, 2009

La pequeña formación de IAI Dagger –la versión israelí del Mirage III- atravesó sin demasiadas dificultades las áreas de nubes y chubascos que se interpusieron en la ruta de aproximación final a su objetivo, los buques británicos en aguas del estrecho de San Carlos. Los tres monoplazas, equipados para el largo vuelo con depósitos subalares de 1700 litros y dos bombas de 454 Kg., habían despegado con otra sección desde la base área de San Julián a las 13,45. Era el día 21 de mayo de 1982 y, en el amanecer, las tropas británicas habían iniciado el desembarco en la isla Soledad. La sección, con el indicativo radio Laucha, se aproximó en vuelo bajo a sus objetivos a pesar de la mala visibilidad. Pronto, los tres aviadores pudieron distinguir las borrosas siluetas de los buques de apoyo enemigos. La sección se dividió y los dos Dagger de cabeza –los de los primeros tenientes Román y Puga- se dirigieron contra el más próximo, mientras el tercer aparato, pilotado por el también primer teniente Callejo, se decidió por un segundo buque, algo más lejano. Casi rozando las olas y a cerca de 1000 Km. por hora, los pequeños reactores se dirigieron con determinación contra sus blancos, abriendo fuego de cañón aun antes de encontrarse a distancia de tiro eficaz. Casi simultáneamente, el aire se llenó de explosiones en torno a los aviones argentinos y hacia ellos subían, vertiginosas, las trazas de la defensa antiaérea. El agua en las proximidades hervía con las pequeñas columnas blancas de los proyectiles de la artillería británica y las balas de cañón de los aviones atacantes levantaron una alfombra espumosa que se desplazó velozmente hacia los buques. Los rociones ocasionados por los cañones británicos al fallar sus blancos, salpicaban los fuselajes de los Dagger, cada vez más cerca de los barcos en una mortífera carrera que a los pilotos les pareció eternizarse. Ahora se unieron al coro las armas de tiro rápido de calibres menores y, como luego diría un aviador argentino, los atacantes se sintieron “como las piezas centrales de una fantástica exhibición de fuegos artificiales”. Pero, en palabras de ese mismo protagonista, “era vital ignorarlos, concentrarse en la descubierta del objetivo, atacarlo y mandarlo al infierno”. Así que los aviones continuaron imperturbables su vuelo rasante hasta soltar sus bombas a escasos segundo del objetivo para, después de sobrevolarlo, iniciar un brusco viraje y escapar, haciendo violentas maniobras evasivas para dificultar el fuego antiaéreo que los buques de escolta británicos concentraban ya sobre ellos. Ni siquiera tuvieron tiempo de comprobar el efecto de sus bombas. Ahora era cuestión de tratar de evadir las CAP (combat air patrol, patrullas de combate aéreo) de los Sea Harrier británicos volando a baja cota, lo más cercanos posible al suelo y aprovechando los accidentes orográficos para pasar desapercibidos. Pasada la zona considerada peligrosa, había que elevarse para ahorrar combustible y poner rumbo a la base. Una misión más había sido cumplida.
Pero la segunda acción no tuvo tanta suerte. Sus tres aparatos, también Dagger, con los indicativos radio de Ratón, habían seguido un perfil de misión similar al de los Laucha aunque con una ruta de aproximación del tramo final desde el norte. Encontraron peores condiciones atmosféricas que sus ya separados compañeros: techos de nubes espesas muy bajos, aguaceros, nieve y muy poca visibilidad. Sobre las islas Sebaldes corrigieron el rumbo para, ya a baja cota, atravesar desde el noreste la Gran Malvina y atacar a los británicos en San Carlos. El terreno, muy accidentado, y la mala visibilidad hacían muy difícil el vuelo en formación, aunque los aparatos, algo dispersos, consiguieron mantener el contacto visual. Ratón Uno rompió el silencio radio, que hasta entonces había conservado la escuadrilla, para avisar a sus compañeros de la proximidad del objetivo.
La voz del capitán Donadille ordenó, secamente, al mayor Piuma y al primer teniente Senn acelerar para el ataque. Como impulsados por una invisible catapulta, los tres cazabombarderos entraron a toda velocidad en un valle y se pegaron al suelo, balanceándose ligeramente con las turbulencias. “A un minuto”, cortó de nuevo la voz de Ratón Uno, y los Dagger iniciaron la maniobra final para situarse en trayectoria de puntería. Abajo, entre las nubes, podían distinguirse las manchas oscuras de los buques de desembarco británicos.

Sunday, March 22, 2009

El 2 de enero de 1833 apareció fondeada en Puerto Soledad la corbeta inglesa “Clio”.
Como correspondía, Pinedo mando a uno de sus oficiales en visita de cortesía a la nave inglesa y a cambio recibió una intimación para arriar el pabellón Argentino y desocupar las islas.
Pinedo, en un primer momento, reacciono como correspondía.
La situación que enfrentaba era difícil, su buque era muy inferior desde el punto de vista bélico al ingles, aunque podía hacer una defensa honrosa por algún tiempo, pero tenia otros inconvenientes. La gente que tenia a bordo era en su mayoría inglesa, y solamente unos pocos eran criollos. El segundo de abordo, el Teniente Elliot, era estadounidense. Consulto a todos: los ingleses manifestaron que cumplirían con su deber, el práctico que se desempeñaría como tal pero que no combatiría. Los cinco grumetes criollos, muchachos entre 15 y 20 años de edad, dijeron que combatirían, y la tripulación, de unos 80 hombres, manifestó que seguiría las órdenes que se les dieran. Empezó entonces Pinedo a ejecutar su plan, que era el correcto. Llamo a Gomila, que estaba preso lo liberto, le dio armas para los 18 soldados que quedaban en la guarnición de tierra y se dispuso a cumplir sus instrucciones. Antes de salir de Buenos Aires le habían entregado el código de honor naval, en el cual en su artículo noveno recomendaba que en caso de que el pabellón nuestro fuera afectado por una potencia extranjera con ocupaciones o ataques, debería defenderlo, hasta las últimas consecuencias, estas instrucciones inician el sumario. Pero a medida que pasaba el tiempo, la fe de Pinedo fue decayendo. Pinedo había sido oficial del Almirante Brown en la guerra con el imperio, en realidad nunca se destaco por su valor. En el combate de Quilmas tenia el buque mas velero; no obstante, mientras la goleta “Río” al mando de Rosales estuvo al lado de la fragata “25 de mayo”, buque insignia de Brown en ese combate, Pinedo se alejo hacia la costa. Lo cierto es que volvió a insistir ante el comandante ingles Onslow, quien ni siquiera lo recibió. A la mañana siguiente, Pinedo, en lugar de defenderse, como habían hecho los ingleses al evacuar Puerto Egmont, lamentablemente no hizo nada. A las 9 de la mañana del 3 de enero de 1833 los ingleses desembarcaron, primero izaron en un mástil que traían, la bandera inglesa, luego arriaron la nuestra, la plegaron pulcramente y se la enviaron a Pinedo para que se la llevara. Esa tarde, Pinedo con unos cuantos habitantes a bordo, abandono las islas y puso proa a Buenos Aires. Cuando Pinedo llego a Buenos Aires, el almirante Brown estaba en la Colonia y regreso a la Capital, se presento inmediatamente ante el gobierno por si fuesen necesarios sus servicios. Mientras se efectuaba la protesta diplomática, se levanto un sumario para aclarar los hechos: en el mismo se trato todo lo sucedido, el problema de la guarnición, el asesinato, etc.
El Sargento Saenz Valiente, el asesino de Mestivier, fue fusilado en la Plaza Mayor previa amputación de la mano derecha. Junto con él fueron fusilados 6 cabecillas que habían participado del asesinato. En cuanto a Pinedo, se le aplicaron cuatro meses de suspensión de empleo, castigo muy leve, y fue separado de la marina y destinado al ejercito. (esto tiene su aclaración, y es la siguiente: con el grado que tenia Pinedo, que era un grado de Jefe, en el ejercito no iba a poder tener mando independiente, mientras que en marina podía comandar una nave y ya había demostrado que era incapaz de enfrentar una situación riesgosa). A partir de entonces comenzaron las reclamaciones Argentinas, hechas en primer término por Manuel Moreno. Se le contesto que los ingleses nunca habían renunciado a su soberanía a las Islas Malvinas. Cuando se hizo otra, varios años después, Inglaterra informo que no había ninguna cuestión sobre las Malvinas, que realmente no se tenía constancia que se tuviera ninguna cuestión pendiente sobre ellas. Desde entonces comienza la usurpación inglesa, basada en la fuerza, y cometida contra una nación amiga con la cual se estaba en paz; demostrando una vez más el carácter cobarde, traidor y malicioso de ese impuro pueblo de piratas y ladrones. Las negociaciones en el siglo XX progresaron muy lentamente; pero los argentinos procediendo con paciencia y serenidad, estamos sin embargo convencidos que la única solución posible es la devolución de las islas a nuestra soberanía, y en ello no cejaremos jamás. Sin embargo, también pretendemos que la solución no se dilate excesivamente.

 

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