RECENT POST
Showing posts with label Patria y tradicion. Show all posts
Showing posts with label Patria y tradicion. Show all posts

Tuesday, January 19, 2010

Los tres escuadrones dirigidos por San Martín sablearon a infantes y artilleros para dirigirse a continuación contra la caballería realista. En ese momento apareció desde la columna de Soler el teniente coronel Necochea con su escuadrón Escolta y el 4º escuadrón de Granaderos para atacar a la caballería realista, la que, al verse acometida desde dos direcciones, volvió grupas y escapó hacia el portezuelo desde la Colina. El general entregó el mando de la caballería al coronel Zapiola, ordenándole la persecución. Como consecuencia de estas acciones, los infantes realistas empezaron a dejar sus posiciones y a desbandarse. Algunos oficiales lograron reunir a parte de los dispersos y formar un cuadro, pero fueron atacados por O’Higgins con los batallones 7 y 8 que, tras superar el barranco que fuera causa de sus fracasos anteriores, cargaron y pusieron en fuga a esos restos de la posiciones enemiga, causándoles fuertes bajas.
Los derrotados realistas se replegaron hacia la hacienda de Chacabuco y, al ver cortada su retirada por la división de Soler que ocupaba el valle, pretendieron resistir desde las tapias de la viña y el olivar contiguos, pero debieron rendirse enseguida. La caballería patriota persiguió a los que lograron huir del campo de batalla unos 20 km hasta el portezuelo de la Colina, sembrando el camino de cadáveres. Los realistas sufrieron 500 muertos, 600 prisioneros, entre ellos 32 oficiales, toda su artillería, parque y municiones, 2.000 fusiles, 2 banderas y un estandarte. Las bajas patriotas consignadas en el parte del triunfo indicaron 12 muertos y 120 heridos, pero como ésas son las cifras computadas apenas terminada la lucha, puede asegurarse que fueron superiores.
El general Gerónimo Espejo, que participó en la batalla como cadete, en su libro “El paso de los Andes”, consigna 132 muertos y 174 heridos, y hace ascender a 600 los muertos realistas. Entre las bajas patriotas, el de más jerarquía fue el capitán de Granaderos a Caballo Manuel Hidalgo. En su parte, San Martín sintetizaba su victoria con estas palabras: “Al Ejército de los Andes queda la gloria de decir: en veinticuatro días hemos hecho la campaña, pasamos las cordilleras más elevadas del globo, concluimos con los tiranos y dimos la libertad a Chile”. La persecución no se prolongó con más energía por el estado del ganado, que había hecho un gran esfuerzo en la campaña, culminándolo en la batalla. Por otra parte, San Martín no descartaba una reacción de las fuerzas realistas que permanecían en la capital: los Húsares de Abascal, la masa de los Dragones de la Frontera, los batallones Chiloé y Chillán y 250 artilleros con dieciséis cañones. Justamente, el jefe de los húsares, teniente coronel Barañao, nativo de Buenos Aires y el mejor oficial de caballería del ejército realista de Chile, propuso reunir la caballería, montar en la grupa de cada caballo un infante y con esa fuerza (alrededor de 1.600 hombres), atacar por sorpresa durante la noche a los vencedores de Chacabuco. Pero Marcó del Pont carecía de la energía necesaria para adoptar semejante plan y sólo pensó en la fuga, evacuando la ciudad. Pese a ello, días después el pusilánime capitán general de Chile cayó prisionero de los patriotas. Apenas terminada la lucha, se suscitó un serio incidente entre los dos brigadieres que ocupaban los más altos cargos en el Ejército de los Andes subordinados a San Martín. Enterado Soler de la razón por la cual no se cumplió el plan de batalla, se acercó a O’Higgins a reprocharle su conducta. Benjamín Vicuña Mackenna, en su libro “Ostracismo del General D. Bernardo O’Higgins”, recuerda que en un manuscrito, el prócer chileno dice que “[...] llamó su atención un bizarro jinete con el caballo cubierto de espuma, haciendo señas con la espada para que se detuviese. Era el brigadier Soler que venía en su demanda, y sin saludarle, púsose a apostrofarle de temerario e insubordinado y de haber comprometido del modo más culpable el éxito de la batalla, ante lo cual el general chileno le contestó con frialdad que no era el momento de entrar en polémicas”. Este desplante de Soler motivó una situación de gran tirantez entre ambos, que llegó a provocar un desafío. San Martín decidió entonces separar del ejército a su mayor general, pese a que lo consideraba uno de sus oficiales más capaces. Un mes después de la batalla, Soler regresó a su patria, donde tuvo una destacada actuación en las luchas intestinas en la provincia de Buenos Aires y, especialmente, en la guerra contra el Imperio del Brasil. También se desempeñó en la política bonaerense y hasta cumplió misiones diplomáticas. Murió en Buenos Aires en 1849 a los sesenta y seis años de edad. El brigadier Antonio González Balcarce lo reemplazaría en sus funciones en el Ejército de los Andes. Tras la batalla, San Martín concentró sus fuerzas en la hacienda de Chacabuco, adoptando las medidas de seguridad adecuadas durante la noche. El 13 a la madrugada, el ejército reinició la marcha, llevando al escuadrón Escolta de Necochea como vanguardia. El 14 de enero entró el Ejercito de los Andes a Santiago y, al día siguiente, San Martín convoco a una asamblea para nombrar al jefe supremo del Estado. La elección recayó por aclamaciones su persona, pero el héroe rechazo la designación y llamo a una nueva asamblea, lo que nombro director supremo al brigadier Bernardo O’Higgins. En su primera proclama, el 17 de febrero, el flamante gobernante Chileno expreso: “Ciudadanos: elevado por vuestra generosidad al mando supremo (del que jamás pude considerarme digno) es una de mis primeras obligaciones recordaros la mas sagrada que debe fijarse en vuestros corazones. Nuestros amigos, los hijos de las Provincias del Río de la Plata, de esa nación que ha proclamado su independencia como el fruto precioso de su constancia y patriotismo, acaban de recuperarnos la libertad usurpada por los tiranos. Estos han desaparecido cargados de su vergüenza al ímpetu de un ejercito virtuoso y dirigido por la mano maestra de un General valiente, experto y decidido a la muerte o la extinción de los usurpadores […]”. Y al dirigirse a las otras naciones, les decía: “Ha sido restaurado el hermoso reino de Chile por las armas de las Provincias Unidas del Río de la Plata bajo las ordenes del General San Martín”.

Es una lastima, que en el devenir de los tiempos, los chilenos hayan olvidado que gracias a los argentinos ellos son libres; y que no hayan desaprovechado ninguna oportunidad para atentar en contra del país que les dio su independencia.

Sunday, January 17, 2010

Los elementos de seguridad realistas rechazados pudieron replegarse sobre el grueso de su ejercito sin que la caballería patriota pudiera impedirlo, a causa de las características del terreno escabroso que no le permitió maniobrar. De todas maneras, la corta persecución evito que el comandante Marqueli, que había quedado al mando de esos efectivos, hiciera pie en el cerro de las Tórtolas Cuyanas, posición adecuada para ofrecer una nueva resistencia. La división de Soler inicio su marcha por la Cuesta Nueva, mientras O’Higgins avanzaba con la suya por la Cuesta Vieja, alcanzando a mediodía el morro de las Tórtolas Cuyanas. Desde allí continuo su aproximación a la posición enemiga, sin esperar a la otra división, como lo establecía el plan de ataque. Llevado por sus recelos y desobediencias, O’Higgins no cumplió el plan fijado por San Martín, que le ordenaba ejecutar un simple aferramiento frontal y busco lograr la decisión con su sola división, poniendo, con ese accionar, en riesgo la operación completa.
Cuando la división del general chileno enfrento la posición principal enemiga, desplegó sus líneas y comenzó el combate por el fuego. Una de las primeras descargas alcanzo al bravo coronel Elorreaga, quien cayó muerto. Después de sostener durante una hora el combate por el fuego, O’Higgins ordeno pasar al asalto. Brevemente arengo a su tropa con estas palabras: “¡Soldados! ¡Vivir con honor o morir con gloria! ¡El valiente siga! ¡Columnas a la carga!”. Los tambores tocaron calacuerda y los soldados de color de los batallones 7 y 8 a órdenes de los tenientes coroneles Conde y Cramer avanzaron en columnas. Pero a poco encontraron una grieta profunda que se extendía delante de las alturas ocupadas por el enemigo. El nutrido fuego recibido de la derecha realista se cruzaba con el de las tropas que ocupaban el morro de Chingue a las órdenes del comandante Marqueli. Los infantes debieron replegarse hasta su posición inicial. Los granaderos a caballo también fueron lanzados a la carga, pero el terreno anegadizo del estero de las Margaritas, por el cual debían avanzar, dificultó su marcha y el fuego enemigo los obligó a replegarse fuera del alcance de éste. Inmediatamente, el coronel Zapiola envió al ayudante, teniente Rufino Guido, hacia las alturas de la serranía de Chacabuco a informar al general en jefe sobre la situación. San Martín, al comprobar que el no-cumplimiento de su plan por la división O’Higgins podía comprometer el éxito de la batalla, gritó a su ayudante, sargento mayor Álvarez Condarco: “¡Condarco! ¡Corra usted a decir al general Soler que cruzando la sierra caiga sobre el enemigo con toda la celeridad que le sea posible!”. A continuación cabalgó a la mayor velocidad que le permitía lo escabroso del terreno y llegó a la boca de la quebrada cuando O’Higgins ya había iniciado una segunda carga, en esta ocasión sólo con la infantería. Nuevamente los dos batallones avanzaron en columnas de ataque, con el 7 adelante, y tampoco esta vez pudieron superar el escollo de la grieta y el intenso fuego enemigo. El resultado fue el mismo del primer ataque. Pero ahora los realistas decidieron aprovechar este éxito parcial y comenzaron los preparativos para efectuar un contraataque. Al comprobarlo, San Martín decidió actuar personalmente. Tomó de manos del portaestandarte la bandera del Ejército de los Andes, la hizo ondear para entusiasmar a la tropa y ordenó a la infantería cargar nuevamente. Devolvió la bandera, desenvainó su sable corvo, tomó el mando de los tres escuadrones de Granaderos a Caballo y poniéndose a su frente los lanzó a la carga sobre las posiciones en los cerros Guanaco y Quemado. Al mismo tiempo, llegaban al lugar de la acción las primeras fracciones adelantadas de la columna Soler. Eran dos compañías del batallón 1 de Cazadores de los Andes comandadas por el capitán Lucio Salvadores (200 hombres) y 80 más al mando del teniente Zorrilla, de la misma unidad, que tomaron por asalto el morro Chingue, derrotando a su guarnición, cuyo jefe, el comandante Marqueli, murió en su puesto valientemente.

Friday, January 15, 2010

Para ejecutar el ataque, el Ejercito de los Andes formo dos divisiones. Una de ellas, a las ordenes del brigadier Soler, estaba integrada por los batallones 1 y 11 de Cazadores, las compañías de Granaderos y Cazadores de los batallones 7 y 8, los 3º y 4º escuadrones de Granaderos a Caballo, el escuadrón Escolta y siete piezas de artillería. La otra, al mando del brigadier O’Higgins, contaba con los batallones 7 y 8 (menos las compañías de preferencia), los escuadrones 1º y 2º de Granaderos a Caballo y dos piezas de artillería. El plan de ataque contemplaba un doble envolvimiento sobre la posición realista que, San Martín suponía, estaba emplazada en la cresta de la serranía de Chacabuco. La conjetura del general en jefe se basaba en la información obtenida por su exploración, que había detectado avanzadas enemigas en las quebradas de los Morteros y la loma de los Bochinches. Por eso se imponía iniciar el ataque de noche, ya que a la luz del día los atacantes estarían muy expuestos ante la dominante posición enemiga. Las órdenes de detalle fueron redactadas por el jefe de Estado Mayor. La primera de ellas fue difundida a media tarde. La siguiente a media noche.
El general Bartolomé Mitre narra de la siguiente manera el comienzo de la operación: “La división de Soler se interno silenciosamente en los tortuosos desfiladeros de la derecha, cubierta por una larga cerrillada. La división de la izquierda trepo la cuesta, formada en columna. Una guerrilla del numero 8, con su correspondiente reserva, cubria su flanco izquierdo por un sendero paralelo separado por una quebrada, con el doble objeto de llamar la atención y reconocer la posición enemiga a la vez que precaverse de un ataque de flanco. Un piquete de caballería exploraba los rodeos del camino, a fin de levantar las emboscadas en los recodos y descubrir si se habían construido fortificaciones. La guerrilla flanqueadora se posesiono de unas breñas inmediatas a la cumbre y rompió el fuego, que fue contestado por otra guerrilla que salio a su encuentro; pero apenas había cambiado algunos tiros, cuando inopinadamente aparecio la cabeza de la columna de O’Higgins dando la vuelta a un recodo a tiro de fusil, tocando los tambores a la carga. La vanguardia realista, que no esperaba el ataque, y que había visto la columna de la derecha argentina asomar por su flanco izquierdo al termino de la cerrillada que hasta entonces la enmascaraba, y que a la vez se veia acometida por el flanco y la retaguardia, abandono precipitadamente las posiciones sin pretender hacer resistencia. La cumbre fue coronada por los atacantes con las primeras luces del alba al son de marchas militares, y desde su altura pudieron divisar la vanguardia que se retiraba en formación cuesta abajo, y al pie de ella el ejercito enemigo formado en la planicie de Chacabuco. El primer obstaculo estaba vencido, y la batalla se daría punto por punto, con algunas variantes según las previsiones de San Martin”. El rechazo de sus tropas de seguridad obligo a Maroto a cambiar su plan original. Desplegó su ejército en las alturas al norte de la hacienda, entre el cerro Guanaco y el morro del Chingue, bordeando la ladera del cerro Quemado. Su posición estaba parcialmente protegida por tapiales y cercos de espinas. Su dispositivo era el siguiente: el ala derecha estaba formada por el batallón Talavera, que se apoyaba en el cerro Guanaco y tenia a su izquierda y algo a retaguardia el batallón Chiloé. Ambas unidades adoptaron formaciones cerradas. Al mando de esta ala estaba el coronel Elorreaga quien, según el historiador Bartolomé Mitre, fue el verdadero general en jefe. Entre los dos batallones se emplazaron tres piezas de artillería, mientras las dos restantes tomaron posición en el extremo derecho. En el centro del dispositivo se ubicaban los carabineros formados en columnas de compañías (el terreno no permitía una formación mas amplia), cubriendo el camino de la Cuesta Vieja. El ala izquierda quedaba constituida por el batallón Valdivia sobre el morro del Chingue. Los dragones u húsares formaban detrás de ella. Este dispositivo cerraba el camino de la Cuesta Vieja, pero quedaba expuesto a un ataque a su flanco oeste desde el camino de la Cuesta Nueva, riesgo que se acrecentaba ante la ausencia de exploración y seguridad en ese sector.
Tras el rechazo de la fracción de seguridad, San Martín comprobó desde la cumbre de la serranía cual era el emplazamiento real de la posición enemiga. Pudo observar el repliegue precipitado del destacamento enemigo y el grueso de su ejército ocupando sus posiciones. Entonces modifico inmediatamente su plan de ataque, ordenando a O’Higgins que persiguiera a los realistas que retrocedían para luego efectuar un ataque de aferramiento por el camino de la Cuesta Vieja y a Soler un ataque sobre el flanco y la retaguardia enemigos por el camino de la Cuesta Nueva. Además reforzó la división del general chileno con el 3er escuadrón de Granaderos a Caballo.
En sus órdenes, San Martín imponía a O’Higgins efectuar su ataque sin comprometerse, dando tiempo a la división Soler, que tenía mayor distancia a recorrer, para caer sobre el enemigo y en ese momento atacar a fondo.
Video de la batalla en: http://camposdemuerte.blogspot.com

Wednesday, January 13, 2010

El general Francisco Casimiro Marcó del Pont tenía sus fuerzas absolutamente dispersas como consecuencia de la “guerra de zapa” desatada por San Martín. El jefe patriota, merced a su aceitado sistema de espionaje, había logrado confundir al general realista. Y aunque Marcó del Pont estaba convencido de la necesidad de defender el valle de Aconcagua, que era la llave de los caminos que conducían a Santiago y una riquísima fuente de recursos, no hizo nada para ocuparlo con fuerzas importantes.
El 4 de febrero de 1817, el jefe realista tuvo las primeras informaciones sobre el avance de fuerzas patriotas por el paso de Los Patos; al día siguiente, se enteró de la existencia de otras fuerzas en la ruta de Uspallata y el mismo día recibió la noticia de que una tercera columna había cruzado por el Planchón.
Sin embargo, ninguna de todas esas informaciones fueron suficientes para hacerle tomar una resolución. Sólo el día 10 ordenó que las tropas desplegadas en el sur se replegaran hacia la capital bajo el comando del brigadier Rafael Maroto. Éste marchó esa misma noche rumbo a la hacienda de Chacabuco con los únicos efectivos disponibles (los batallones Talavera y Chiloé y 50 húsares) y el propósito de reunirse con las tropas de Quintanilla y de Marqueli para esperar allí la llegada del resto del ejército. El 11 al atardecer Maroto arribó a su destino e instaló su cuartel general en las casas de la hacienda, donde encontró destacamentos de los batallones Concepción, Valdivia y Chiloé, que habían llegado desde Coquimbo a las órdenes del coronel Elorreaga. También estaban los tres regimientos de caballería, así como 120 artilleros con cinco cañones. Un destacamento compuesto por tres compañías de caballería y cuatro de infantería, alrededor de 530 hombres a las órdenes del coronel Miguel María de Atero ocupaba la cuesta de Chacabuco, con misión de seguridad. El total de fuerzas de que disponía el jefe realista ascendía a 3.300 hombres, aproximadamente. El campo de batalla

El terreno en que se iba a librar la batalla se encontraba entre el río Aconcagua y la hacienda Chacabuco; el camino a Santiago era su eje. Al sur del río hay una cadena de alturas que limitan el valle. Ellas van ascendiendo perpendicularmente al río durante 15 km hasta alcanzar la cresta de la serranía de Chacabuco con 1.280 m de altura y descender hacia la hacienda, 10 km al sur.
Entre la hacienda y la serranía se encuentra la quebrada de la Ñipa y su prolongación al estero de las Margaritas, formando un largo cajón, a cuyos costados se eleva el terreno en rápida escarpa. Al norte de la unión del estero con la quebrada se yergue un mamelón aislado, el morro de las Tórtolas Cuyanas. El camino principal unía Santa Rosa de los Andes con Santiago pasando por la hacienda de Chacabuco, pero pocos kilómetros al norte de las Tórtolas Cuyanas ese camino se bifurcaba, siguiendo el más transitado, llamado de la Cuesta Vieja, por el cajón antes mencionado. El otro, de la Cuesta Nueva, corría al oeste de los cerros que bordeaban el cajón, por lo que no había comunicación entre ambos.
Preparativos y planes

Maroto reforzó las tropas de seguridad con 200 infantes comandados por el capitán Mijares, asignándole la misión de resistir cualquier ataque. Su plan preveía ocupar, en la mañana del 12, la cumbre que domina el valle de Aconcagua con todas sus fuerzas y mantenerse en ella a la espera de los refuerzos que le enviaba Marcó del Pont.
El Ejército de los Andes, por su parte, había llegado al valle de Aconcagua el 10 de febrero, día en que los oficiales de ingenieros Antonio Arcos y Álvarez Condarco hicieron un reconocimiento y confeccionaron un croquis del terreno. Al día siguiente arribó al campamento el baqueano chileno Justo Estay, hombre de confianza a quien San Martín enviara a observar a las fuerzas realistas y a traer los informes preparados por sus espías en Santiago. El eficaz Estay informó detalladamente sobre la situación del ejército realista. Así, San Martín, cuya artillería de batalla no había llegado aún (sólo disponía de la montaña, más liviana, que había cruzado los Andes con la columna principal), decidió atacar cuanto antes al enemigo sin esperarla, a fin de adelantarse a la llegada de los refuerzos realistas. Convocó entonces a una junta de guerra a los generales y jefes de unidades, tras lo cual impartió sus órdenes para avanzar antes del amanecer del día siguiente.

Tuesday, May 12, 2009

A pesar de ello, ocasionalmente, los Mirage IIIEA volaron misiones de cobertura superior de los aviones de ataque. Para desesperación de los cazadores argentinos, el tiempo de vuelo de ida -90 minutos- y de regreso –otros tantos- a la zona de operaciones, aun con el auxilio de los dos depósitos subalares de 1700 litros, sólo les permitía permanecer a escasos diez minutos en el área de combate. Los Sea Harrier, sabedores de que los cazas contrarios no deseaban trabarse en combate a cotas bajas por el excesivo consumo de combustible –que podía fácilmente impedirles el regreso a las bases- se desentendían de la escolta para dedicarse a impedir a los aviones de ataque sus cometidos. En numerosas ocasiones bastó la interceptación sin combate para frustrar los decididos ataques argentinos: los interceptados se veían obligados a liberarse de bombas, contenedores de cohetes, depósitos auxiliares, etc., para escapar de los ágiles cazas británicos. Sin embargo no siempre los pilotos de los Sea Harrier logran evitar la acción de la escolta. El día 1 de mayo, en lo que era el primer encuentro en el aire de los dos bandos en disputa, una patrulla de cuatro A-4C Skyhawk que intenta bombardear una fragata –la Antrim-, ya atacada por una patrulla de A-4B segundos antes, es sorprendida por los dos Sea Harrier de la CAP. Pero se interponen dos Mirage IIIEA de la VIII Brigada, los del capitán García Cuerva y el teniente Perona. El primero se desprende de los depósitos auxiliares y dispara un misil Matra R.530: uno de los cazas enemigos es alcanzado. A toda velocidad, el Mirage IIIEA se encuentra de pronto cerca del portaaeronaves Hermes, sobre cuya cubierta se dispone al apontaje otro Sea Harrier. Cuerva abre fuego con los cañones Defa de 30mm unos breves segundos y se aleja a toda velocidad para escapar de la intensa antiaérea. Alcanzado, probablemente por éste último, se dispone a tomar tierra en forzoso en la Base Aérea Malvinas. Ya sobre Puerto Argentino y a baja altura, el avión sufre un cortocircuito –probablemente causado por los daños de la antiaérea- y se le disparan, desdichadamente, los dos misiles R.550 “Magic”. Los artilleros le toman por enemigo ante semejante actitud “hostil” y Cuerva muere, derribado por la antiaérea de la base. Entretanto, el otro Mirage IIIEA, el del teniente Perona, se cruza de frente con el Sea Harrier que ha elegido e inmediatamente inicia una maniobra de tijera –una serie de virajes de inversión de forma que el atacante se ve obligado a rebalsarle y el defensor se sitúa detrás, en posición de tiro óptima- pero el Sea Harrier hace gala de sus habilidades en deceleración, gracias a sus toberas orientables- el viffing, intraducible verbo derivado del concepto VIFF (Vectoring in Fordward Flight) es la palabra empleada para definir la increíble agilidad del pequeño reactor británico- y se sitúa a estribor, a unos 150 metros a las seis. Inmediatamente después, el Mirage argentino lo rebasa, imposibilitado de reducir aún más su velocidad. Una fuerte sacudida y Perona pierde el control de su aparato. Lanzado en paracaídas, ve dos grandes columnas levantarse del agua y cree que los dos cazas, el propio y el Sea Harrier, han colisionado. La verdad sólo será evidente después, tras ser recogido por un helicóptero propio, lesionado tras una mala toma, arrastrado por el viento. Las dos columnas de agua correspondían a su avión y a su asiento eyectable. Otros aviones argentinos fueron más afortunados al enfrentarse con los Sea Harrier, como los pequeños y ágiles Beechcraft T-34C Mentor que, ese mismo día, al anochecer intentaron perforar las defensas británicas al amparo de la oscuridad: descubiertos, se escapan de los cazas gracias a su pequeño tamaño y maniobrabilidad. En general, sin embargo, los aviones argentinos carecieron de las condiciones tácticas necesarias para encontrarse de igual a igual con los bien preparados británicos. Los cazas hubieran precisado control y guía aerotáctica para conseguir la imprescindible ventaja en combate y los aviones de alerta y control brillaron por su ausencia. Los aviones de ataque carecieron de la suficiente carga bélica y armamento moderno: las bombas resultaron en muchos casos insuficientes para causar el hundimiento de los buques y, con demasiada frecuencia, no explosionaron. . Con misiles antibuque, no habría sido tampoco necesario que los aviadores argentinos hubiesen de desafiar las defensas antiaéreas. En el campo de la guerra electrónica, las deficiencias fueron notables, viéndose en la mayoría de las misiones obligados los pilotos a efectuar su ruta de aproximación en total silencio radio, por temor de ser detectados con demasiada antelación. Los vuelos, tan largos y en tan malas condiciones atmosféricas y visuales, fueron peligrosos, fatigantes, y exigieron de las tripulaciones un gran valor. Y esas cualidades humanas, ni siquiera son negadas por los vencedores. Los “argies”, como despectivamente les denominaban sus adversarios, demostraron la vulnerabilidad de la orgullosa Real Armada, aun a pesar de la precariedad de los medios. Y esa lección es una de las más hermosas que pudieron extraerse de aquel lamentable conflicto.
Las Malvinas aún permanecen bajo dominio extraño, usurpadas ilegalmente y mantenidas por la fuerza por el pirata ingles.
Las orgullosas águilas de guerra celeste y blanca se retiraron del cielo patrio que corana las lejanas islas de la patria. Pero sus ojos alertas vigilan acechantes al enemigo, aguardando con la sangre hirviendo en las venas el momento oportuno para volver a nuestro suelo y poder gritar con toda nuestra voz: ¡¡¡MALVINAS ARGENTINAS; VIVA LA PATRIA!!!

Sunday, May 10, 2009

Vista la contienda con cierta distancia en el tiempo, parece inconcebible que las fuerzas armadas de Argentina no alargaran la pista de Puerto Argentino, convertida en la Base Aérea Malvinas durante la batalla, o no abriesen una nueva, utilizando el material desplegable de aluminio que debió ser transportado por vía marítima ya desde los primeros días del desembarco inicial. Ello ocasionó una desventaja táctica y estratégica que luego hubo de ser compensada con el empleo en masa de todo el contingente aéreo disponible y el arrojo y pericia de los aviadores. Una mención especial merecen los aviones ligeros Aermacchi MB-339 A de entrenamiento y ataque y los COIN IA-58 Pucará que, basados en las islas, se utilizaron en el apoyo cercano, atacando buques, tropas y medios de transporte. Su destacada actuación quedó deslucida, aparentemente, por las graves pérdidas sufridas, pero se hace necesario recordar que la mayoría de los destruidos lo fueron en tierra, por la acción de los Harrier principalmente, aunque se revelaron eficaces como contrahelicópteros. Los equipos del SAS destruyeron también algunos Pucará y polvorines en misiones de comando. A pesar de los inconvenientes mencionados y algunos otros bastante graves, como la carencia total de control aerotáctico sobre las zonas de operaciones que permitió en numerosas ocasiones a los británicos sorprender a los incursores argentinos las Fuerzas Aéreas conjuntas consiguieron éxitos ofensivos importantes, sorprendentes para muchos observadores militares. La Fuerza Aérea realizó más de 400 misiones con un total de aviones de ataque de 82. De ellas, más de 270 alcanzaron sus objetivos, perdiéndose 34 aeronaves de diverso tipo. Las salidas de reconocimiento se elevaron a 466 y las de transporte a las islas superaron los dos millares.
Por su parte la Aviación Naval empleó 19 aviones de ataque, 6 de transporte y otros tantos de reconocimiento y exploración, efectuando más de 670 salidas de combate. Este esfuerzo se correspondió con los fuertes daños causados a la Task Force: dos destructores “Tipo 42”, dos fragatas “Tipo 21” y un buque de desembarco resultaron hundidos; un buque portacontenedores con 10 helicópteros a bordo se fue a pique con ellos. Con graves daños fue alcanzado otro buque de desembarco y dos fragatas “Tipo 22, dos clase “Leander”, una “Tipo 42”, una “Tipo 21”, dos destructores clase “County” y un tercer buque de desembarco resultarían con distintas averías de grado variable. Quedó por aclarar, como uno de esos misterios históricos que se arrastran durante generaciones, el ataque al portaaeronaves Invencible, negado insistentemente por Gran Bretaña y reclamado con énfasis por los aviadores argentinos. Para éstos, la localización y destrucción –o puesta fuera de combate- de los portaaeronaves de la Armada Real era un objetivo prioritario si querían mantener la superioridad aérea inicial de que gozaban. Sin embargo, el ataque previsto se retrasó en diversas ocasiones a causa de pérdidas operacionales y objetivos más urgentes. El 30 de mayo, pareció que había llegado el momento esperado. Las informaciones de los Boeing 707 y los C-130, improvisados exploradores, y las deducciones extraídas de los datos del radar de Puerto Argentino, coincidieron en situar al Invencible (el Hermes había resultado dañado con anterioridad) a unos 270 Km. al este de la isla Soledad, protegido de las posibles incursiones de la FAA y la AN por la Task Force, interpuesta en las previsibles rutas de aproximación. Se decidió por el Mando un ataque conjunto: la FAA destinó una escuadrilla de la IB Brigada Aérea equipada con cuatro McDonnell Douglas A-4CSkyhawk, armados con tres bombas de 225 Kg. y equipados con dos depósitos auxiliares subalares de 1130 litros. La AN por su parte emplearía dos de sus cuatro Super Entendard con un misil AM 39 Exocet bajo el plano de babor y un depósito de combustible bajo el de estribor en el avión de ataque y la misma carga de combustible y una góndola radar para el avión guía. La ruta se estableció desde el sudeste, evitando el sobrevuelo de la Task Force o la entrada en sus radares de descubierta. Por ello se hizo imprescindible el reabastecimiento en vuelo con los KC-130H. Como siempre; el perfil fue alto-bajo-alto. Los Super Etendard lanzaron su misil a unos 40 km del contacto radar –el Invencible presumieron sus pilotos- y regresaron al continente. Los Skyhawk continuaron la aproximación en rasante, rozando las olas hasta el contacto visual. Dos de los aviones resultaron derribados, uno –el del jefe- por un misil y el otro alcanzado de pleno por la antiaérea. Los otros dos lanzaron su carga sobre el portaaeronaves y escaparon en rasante, hasta salir de la zona de peligro. Ambos aviadores informaron haber alcanzado la nave con sus bombas, vengando así la muerte de sus dos camaradas caídos, y observaron como el buque británico desprendía una espesa columna de humo negro, posiblemente debido al Exocet y se incendiaba. Así, queda aclarado el tema del Invencible, dando por seguro el hundimiento del mismo por las heroicas naves argentinas. Tras el ataque inicial de los bombarderos pesados Vulcan –en vuelo desde la lejana base de Wideawake, en isla Ascensión- sobre las pistas de la Base Aérea Malvinas, en Puerto Argentino, la FAA hubo de destinar sus Mirage IIIEA de la VIII Brigada Aérea a la defensa de las instalaciones y pistas en el continente, ante la eventualidad de un ataque similar que hubiese podido, este si, causar graves daños en lo concurridos aeródromos.

 

blogger templates | Make Money Online